Del 15M a la Plaza de Bolívar o el protagonismo de la calle

MATEO VILLAMIL V.

Fotos por Juan David Ortiz, Carlos Córdoba y ¡PACIFISTA!


LA IGUANÁ.- «No, Mateo, por Dios. Tan ingenuo no, por favor» -sentenció mi compañera con una cara de incredulidad y asco.

   Antes de ayer por la tarde escuché a dos compañeros académicos argumentando que era ridículo plantear que las movilizaciones sociales pudieran tener algún tipo de influencia significativa en la política colombiana, a propósito de las multitudinarias movilizaciones que se dieron en Bogotá, Medellín y otras 12 ciudades del país. Todas, sin signo político, exigieron responsabilidad y compromiso por la paz a la mesa que el presidente J.M Santos y el senador A. Uribe establecieron para debatir las modificaciones que plantea este último en representación de los ganadores del plebiscito .

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   Naturalmente mi optimismo me llevó a oponerme a tal postura. Pero no es que mis compañeros -una antropóloga investigadora en estudios políticos y un doctor en ciencias políticas- no tuvieran argumentos históricos para razonar de tal manera, pues en Colombia las movilizaciones jamás han ido acompañadas de una presencia importante de sus líderes en las instituciones y, dejando de lado los crímenes sangrientos contra la ciudadanía que se ha atrevido a salir a las calles, nunca fueron tan multitudinarias ni mediáticas como para generar cambios en los imaginarios colectivos. El problema es, creo yo, que como víctimas de esta misma guerra, las jóvenes en Colombia, sean trabajadoras precarias o estudiantes brillantes, han visto su necesidad de soñar cercenada por una realidad política esquizofrénica y excluyente. Elitista. Poco ética.

   A mí, que crecí en otro país, se me encogía el corazón al ver la desilusión en los ojos de mi compañera. Pensé que aquí donde nací los poderosos se comportan igual que en España, mi hogar y el de mi familia. No les basta con poseer todo el tablero, también las reglas del juego y la información son suyas. Lo que es posible e imposible viene determinado por lo que ellos digan. Sin embargo también pensé que, como allí, los tiempos están cambiando y la juventud de aquí tampoco está dispuesta a dejar que destruyan su futuro.

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Jóvenes en la Plaza de Bolívar de Bogotá. 05/10/2016

Manifiesto JuventudEstado de MalestarJuventud Sin Futuro o Democracia Real Ya!, entre otras, fueron iniciativas que […] convocaron el 15 de mayo de 2011 una gran movilización nacional, amplia y pacífica, para plantarle cara a los poderosos y decir: estamos indignados, […] las élites políticas […]no nos representan.

   Corrían los 2 primeros años de la última crisis mundial del capitalismo y a mi mejor amigo y su familia (tío, tía y primos adoptivos para mí) los estaban desahuciando de su apartamento en Madrid. Allí habían construido, conmigo de testigo y a veces de invitado, los cimientos de los sueños de Kevin y Julia, los pequeños de la casa. No consiguieron sin embargo hacer frente a una hipoteca abusiva en un contexto de desempleo, precariedad y recortes drásticos en los derechos públicos. Con tristeza recuerdo aquellos días en los que nuestro quehacer en el tiempo libre fue ayudar a desmantelar por pedacitos esa hermosa cocina que habían terminado con esfuerzo, a desnudar de muebles y proyectos un piso que había escuchado tantas promesas y risas. Mi tío putativo, cultivado historiador que ejercía como pocero, había luchado judicialmente y sobre todo organizándose con otras víctimas de la especulación inmobiliaria, pero una vez más, los bancos, los ricos, ganaban la partida. Les quitaron su casa. Igual que a miles de familias desde el 2008.

   En 2010 empecé la carrera de Sociología en la Facultad de CC. Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Siempre estuve convencido de que la ciencia me seduciría a través del objeto de estudio más complejo y apasionante posible: el ser humano en sociedad. Tras un viaje a Barcelona, poco después de empezar el segundo semestre (donde mi padre me regaló, de la librería del MACBA, dos textos importantísimos para mí del gran Zygmunt Bauman) mi madre me sorprendió a la vuelta con un librillo que compró en La Casa del Libro de la Gran Vía. Un libro que cambiaría mi forma de pensar y la de muchas en el mundo, y que me daría, como a tantos, la energía y las ideas para creer en un futuro mejor y empezar a construirlo. La obra, un texto de poco más de 30 páginas, escrita por un miembro de la resistencia francesa contra el nazismo y más tarde embajador de su país en la ONU, Stéphane Hessel, nos invita desde el título a dar rienda suelta a nuestro dolor, nuestra desesperación y nuestra frustración, pero también a asumir una actitud activa, generativa; nos llama a un tipo de acción ciudadana crítica que, independientemente de nuestras filiaciones políticas es cada día más urgente: ¡Indignaos! (¡Indígnense!).

  Estas indignaciones aparecieron por esos años en mi ciudad. La gente, desde las asociaciones universitarias, pero también de manera espontánea, empezó a agruparse al rededor de preguntas y denuncias que, como las de esta semana en Colombia, invitaban a la reflexión y a la movilización de toda la ciudadanía. Por Facebook y Twitter empezaron a crearse y multiplicarse exponencialmente iniciativas desde antes de 2011. Éstas reunían gente para, al principio, socializar actos que abrieran debate: evadir precios arbitrarios e injustos (movimientos anti-parquímetros o el movimiento #YoNoPago), señalar a los responsables de la crisis (el FMI, el Banco Mundial, los Bancos o el bipartidismo), o como hizo mi tío ecuatoriano, reunirse entre los afectados por los abusos del sistema (como venían haciendo las vecinas de la PAH con los desahuciados por los bancos).

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 Las réplicas al movimiento de los indignados, o 15M, y las acciones tras esa primera convocatoria en mayo del 2011, no se dieron a esperar; el ejemplo más claro y conocido es #occupywallstreetTanto en Madrid como en Nueva York, la gente, espontáneamente, acampó para obligar al país a echar sus ojos sobre lo que estaba pasando en el ombligo de su pueblo.

   La primavera árabe (a pesar de su complejidad -por ejemplo, religiosa- y de los intereses políticos de otras élites inmersas en el proceso) alimentaba un espacio en el imaginario de la juventud mediterránea del momento y abonó el campo para pensar que en pleno siglo XXI cabe la posibilidad de generar cambios a la vieja usanza: unidas y en la calleManifiesto JuventudEstado de MalestarJuventud Sin Futuro (que publican un libro homónimo con la editorial ICARIA) o Democracia Real Ya!, entre otras, fueron iniciativas que tras algunas marchas y mucho trabajo de discusión y reflexión, convocaron el 15 de mayo de 2011 una gran movilización nacional, amplia y pacífica, para plantarle cara a los poderosos y decir: estamos indignados porque las élites financieras se enriquecen a nuestra costa y las élites políticas no nos protegen simple y llanamente porque no nos representan. 

   Las réplicas al movimiento de los indignados o 15M y las acciones tras esa primera convocatoria en mayo del 2011, no se dieron a esperar; el ejemplo más claro y conocido es #occupywallstreetTanto en Madrid como en Nueva York, la gente, espontáneamente, acampó para obligar al país a echar sus ojos sobre lo que estaba pasando en el ombligo de su pueblo. Por La Puerta del Sol, la plaza más céntrica de todo el país, nuestra Plaza de Bolívar castiza, y por sus asambleas, talleres, escuelas, performances y manifestaciones, a romántica semejanza del mayo del 68 francés, todo los madrileños pasamos para comprender cómo el mundo iba a cambiar a partir de esa sentada en la calle. A casi 6 años de ese día mágico en el que nuestra democracia cambió, en España las élites no han podido formar un gobierno que mantenga sus privilegios y detenga el cambio, pues 71 parlamentarias de candidaturas populares se lo impiden. En Madrid, Barcelona y otras ciudades importantes sus actuales burgomaestres provienen de dichas candidaturas.

Mientras las élites siguen pensando que tener a la gente marchando en la calle ni las despeina […], muchas pensamos por el contrario que cada hashtag viral, cada frase de ánimo repetida en los campus y las redes sociales, cada La Pulla, cada Café Picante, cada Wally Opina cuenta y cuenta mucho.

   El miércoles en Bogotá y el viernes en Medellín las colombianas tomamos las calles de manera multitudinaria para decirle a las élites, que están debatiendo cómo asegurar una paz con las FARC tras 52 años de guerra, que queremos el fin del conflicto y lo queremos ahora. Pero no sólo eso. No sólo salimos a decir a los poderosos que la paz es el único camino y que los fusiles no deben volver a dispararse en este país. También y, diría yo, sobre todo, salimos a decir que estamos cansadas de que gobiernen para sí mismos y sus intereses. Que la tierra, el desarrollo sostenible y la dignidad de Colombia deben respetarse. Que los pobres y los subalternos ya no aguantamos este orden de cosas en el que la muerte, el hambre y la pobreza son para la mayoría y el bienestar y la felicidad para unos pocos.

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Joven se manifiesta por la paz en las calles de Medellín. 07/10/2016

   Durante la marcha silenciosa a la que asistí, portamos una pancarta (de la que, aplauso, no tenemos ninguna foto) que me hizo sentir, además de por su inconfundible estilo à la Somosaguas, a las movilizaciones masivas y continuadas que vivimos en Madrid y por un momento imaginé, en el Parque de Las Luces de Medellín, que la historia de cambio social que vivimos en La Villa del oso y el madroño se puede hacer realidad en el país del Nobel de la Paz y de Literatura. Me imaginé que la movilización y el diálogo ciudadano que se dieron en el país de García Lorca y del soñador Jacinto en La estrategia del caracol, podrían darse aquí en el de García Márquez y Jaime Garzón. Me imaginé que aprovechando que se acaba la guerra vamos a reunirnos en las Plazas Mayores o Plazas de Bolívar de nuestras ciudades y pueblos, en los parques de nuestros barrios y en cada colegio y universidad para discutir. Para debatir cómo queremos ser y cómo queremos que nuestras hijas vivan.

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Mi esposa y yo respondiendo a la pregunta ¿Qué significa para ustedes la paz? Medellín 07/10/2016
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Jóvenes en Bogotá celebran una votación a mano alzada en la calle. 05/10/2016

   Mientras las élites siguen pensando que tener a la gente marchando en la calle ni las despeina -diagnóstico por desgracia compartido aún por muchos- muchas pensamos por el contrario que cada hashtag viral, cada frase de ánimo repetida en los campus y las redes sociales, cada La Pulla, cada Café Picante, cada Wally Opina cuenta y cuenta mucho. Que cada discusión política constructiva en la tienda, en el salón de clase, en el puesto de trabajo, en el taxi y en la casa, se expande como una cura contagiosa a la apatía y la inacción. Las chicas y chicos jóvenes estamos decididos a liderar un cambio democrático en Colombia. Los luchadores tradicionales, campesinos, trabajadoras, víctimas de la guerra, comunidades étnicas y profesores nos enseñan lo que se ha andado, nosotros tomamos el testigo y continuamos, renovados, el camino largo y complejo hacia la justicia, la igualdad, el bienestar social y la paz.

  Para concluir me gustaría que entiendan por qué el libro de treinta y pico páginas de Stéphane Hessel tiene para mí un papel histórico en estos tiempos de cambio social que estamos viviendo y para eso termino con el llamado que éste hace al final de su obra ¡Indignaos! (que encontrarán en PDF más arriba haciendo click en el nombre de ésta):

Convoquemos una verdadera insurrección pacífica contra los medios de comunicación de masas que no propongan como horizonte para nuestra juventud otras cosas que no sean el consumo en masa, el desprecio hacia los más débiles y hacia la cultura, la amnesia generalizada y la competición excesiva de todos contra todos.

#PazALaCalle #PazALaRed #DemocraciaReal #RevolucionCiudadana

La guerra convirtió a Colombia en una «Gamincita»

¿Por qué en el siglo XXI hay un país rico en recursos, con una posición geopolítica privilegiada y […] una población urbana joven y educada, que aún no ha terminado de construir un Estado de derecho cuando […] ya se consolida la lente post-democrática para el análisis de esta brutal crisis global del capitalismo?

ANA MARTÍNEZ y MATEO VILLAMIL VALENCIA
Fotografía por Carlos Felipe Congote

MEDELLÍN.- ¿Por qué en el siglo XXI hay un país rico en recursos, con una posición geopolítica privilegiada en el presente y especialmente en el futuro y que tiene una población urbana joven y educada, que aún no ha terminado de construir un Estado de derecho cuando en el centro del universo mundo, el mundo “desarrollado”, ya se consolida la lente post-democrática para el análisis de esta brutal crisis global del capitalismo?

Esta ha sido una crisis especialmente mediática y debatida -por la cuenta urgente que les trae- en las democracias más consolidadas tras la segunda guerra mundial (patronas hegemónicas de la cultura mundial), pero que además de ser en parte la cristalización de una pre crisis que ya se dio en nuestro subcontinente a finales del XX y principios del XXI, genera de nuevo interrogantes y plantea cambios de paradigma en nuestro país, no sólo por parte de las academias o del mundo parlamentario, sino también por parte de la gente normal, del profesor, del taxista, de la lotera, la carnicera y del estudiante. Todos coinciden en que 60 años de guerra no pueden continuar en una nación moderna y que aspira a convertirse en un referente soberano y a tener en cuenta dentro del nuevo polo geopolítico mundial: Latinoamérica. No queremos más guerra.

Y es que el uribismo no está desapareciendo como ideología porque los colombianos seamos menos sádicos, intolerantes o egoístas, que parece que también. Ha perdido potencia y hasta credibilidad como discurso ideológico o como referencia para la opinión política personal, principalmente porque el mundo ya cambió y cambia a una velocidad tal que no nos permitirá rezagarnos en el futuro próximo más de lo que ya estamos (a riesgo de confirmarnos un Estado fallido) frente a países del entorno como Chile, Uruguay o Ecuador, sólo por unos intereses económicos tercos que hay en continuar con la sangre. Porque si no son económicos, díganme entonces qué otro interés puede haber en que hermanas y hermanos se sigan matando tras décadas de guerra.

Y es que el uribismo no está desapareciendo como ideología porque los colombianos seamos menos sádicos, intolerantes o egoístas, que parece que también. Ha perdido potencia y hasta credibilidad […] principalmente porque el mundo ya cambió y cambia a una velocidad tal que no nos permitirá rezagarnos en el futuro próximo más de lo que ya estamos […] por los intereses económicos que hay en continuar con la sangre.

La velocidad en los cambios hace que nuestra adaptación al mundo parezca pintoresca y nos haga ver con pesimismo y resignación ironías como que tengamos vanguardias legales a la altura de los matrimonios de personas del mismo sexo y la adopción en el seno de sus familias, o la legalización del uso científico, médico y terapéutico de la marihuana, pero no tengamos, por ejemplo, un sistema férreo nacional. Pero ese tren de progreso social y humano que, claro, no hemos podido coger sino que hemos tenido que emular en flota, de manera desigual y turbulenta, también hace que aunque haya millones de colombianos que comen mal y apenas sepan escribir, también haya agentes de cambio dentro de los privilegiados y preparadas jóvenes de nuestro país, dispuestos a romper con el régimen de la muerte y la supremacía del dinero sobre las personas.

La guerra ya no encaja en nuestra estructura social y como algunas sensibilidades populares, artísicas, políticas y académicas en nuestro país, nuestro entorno ya está despertando. Parece que somos ya los únicos, dentro de las potencias de la región, que seguimos atrapados en la época del latifundio, de la servidumbre, la mendicidad y la limosna en todas las dimensiones de la interacción humana, del extraccionismo y la superstición religiosa. Vivimos en un país del siglo XIX que no puede acceder al centro del universo mundo (el llamado 1er mundo), como si “pa allá no pasara buseta».

Colombia suscita a veces, en el análisis patriota y dolorido, una mezcla de tristeza y, cómo no, algo de esperanza. Esta patria boba es como la «niña gamincita» que en alguna ocasión hemos estado a punto de arrollar o pisar caminando por alguna acera, que a veces va sola, y otras acompañada. Muchas de estas veces, de una madre Embera o Guambiana. Una madre de identidad robada, cosmovisión violentada y que como la realidad y problemática multiétnica de nuestro país, ha sido despreciada y “exotizada” en la construcción del relato social de la República. Como zombies, en todas las ciudades y municipios de Colombia habitan fantasmas vivos del Pueblo Fundamental de esta tierra, la sangre caliente y fluyente de la vena abierta latinoamericana de Galeano.

Vivimos en un país del siglo XIX que no puede acceder al centro del universo mundo (el llamado 1er mundo), como si “pa allá no pasara buseta»

Esa niña de la calle, nuestra nación, tiene unos ojos luminosos y la energía y vitalidad de la niñez ansiosa. A pesar de la cara sucia, por genética es recia, fuerte, sana, avispada y hasta bonita. A veces, por caridad, dicen, le regalan juguetes usados o rotos como aquel poco conocido documento, nuestra «la mejor del mundo sobre el papel» constitución, los derechos emanados de ésta y de otros cientos de leyes, que también son cartón. Los salarios inviables para el crecimiento económico a través de la generación de empleo y el aumento del consumo, o los camioncitos con carrocería de “bus” y los buses pegados (de a dos y de a tres) en lugar de metros o trenes, entre otras perlas que en el 2016 seguimos aceptando.

Por desgracia somos muy como esas «niñitas gamincitas» que siempre están en el centro de nuestras Medellín, Cali o Montería, deambulando abandonadas. Sea huyendo de la granada de fragmentación que le metió el Doctor (no, no se doctoró nunca en nada, se inventó el título) Enrique Peñalosa al «Cartucho» en Bogotá, o bien salida de alguno de los millones de ciclos de exclusión de nuestro país en guerra que, como las empanadas a $1.000 o los puestos de «Chance», están en todas partes.

Somos el «este país debería ser…uff!», aprendiz de todo y maestro de nada, el «estamos como estamos» que básicamente, como al habitante de la calle, la guerra le ha dejado 4 heridas fatales:

Porque si no son económicos, díganme entonces qué otro interés puede haber en que hermanas y hermanos se sigan matando tras décadas de guerra.

1.»No come»: sólo nos alcanza para arroz, cadáver, plátano, papa y jugo. Nada de comer bien, con tener muchas calorías encima es suficiente pa vivir y seguir siendo esta estirpe baja y gordita que aún somos. Tener trabajadores/investigadoras/estudiantes mal alimentadas, mal educadas y mal pagadas/subvencionadas, es la peor receta para que un país crezca económicamente. No lo digo yo, es Economía Política I.

2. «No tiene educación»: en Colombia la pública, no como el presupuesto militar y los costes de oportunidad frente a las alternativas en una construcción de paz y en escenarios de paz, que son muchísimos, no está financiada, por lo que tiene carencias estructurales gravísimas y la privada es, en general, o deficiente o impagable.

Los medios públicos de información y ocio están pobre o muy pobremente financiados. De los otros…Bueno, mejor no hablemos mucho de la oferta privada de televisión o prensa de Colombia. Propongo más bien el análisis de los oligopolios y monopolios mediáticos que, como con la sanidad y la educación, convierten un derecho -el de la información- en un negocio. Hay muchos ejemplos de cómo funcionan y algunos de cómo se les combate, como en, ejem, Ecuador. Claro, si los colombianos, o cualquier pueblo, opina exactamente como desean los 4 grupos empresariales más ricos del país y dueños de los medios ¿Cómo se le puede pedir a éstos ser parciales, honestos o siquiera interesantes? Hagan la prueba, sigan el rastro del dinero, averigüen quiénes son los dueños de la información, pues construyen discurso y sentidos comunes…Los que les conviene a ellos, no a las mayorías sociales.

3. «No tiene fuercitas ni salud»: El sistema sanitario colombiano, garante de la vida y la salud pública -que son derechos-, está en poderosa medida privatizado, esto es, comercializado, está intermediado, es malo y, lo peor, es restrictivo.

Si un derecho está gestionado o facilitado bajo intereses empresariales, es decir, de negocio, es imposible que pueda ser garantizado, pues siempre dependerá de las oscilaciones en los beneficios de esa(s) empresas. Los avances tecnológicos, la evolución de las ciencias médicas y afines, o la gestión y prestación eficaces no redundarán directa y exclusivamente, como cabe esperar de un derecho, en los beneficiarios del sistema sanitario, sino en la voluntad empresarial del privado. Aunque haya límites. No se metieron a hacer negocio por solidaridad, sino por dinero, cosa que no es ni buena ni mala, en cualquier caso, legítima. Así son los negocios. Pero no hablamos de negocios, hablamos de un derecho. Vuelta a la reflexión incial.

Después de décadas perdidas en las que la soberanía no la ha ejercido la ciudadanía, es decir, la gente […] , es nuestro destino dejar de matarnos para construir el país que queremos ¿Qué país? El de todos, atrevámonos a discutirlo. El ruido de la metralla, el resplandor del cuchillo y el hedor de la sangre no nos lo ha permitido.

4. «No tiene sueños»: Porque sin plata y sin salir del país no se cumple casi ninguno y sin tiempo menos. Cobramos por ley muy poco y trabajamos «como un verraco», demasiadas horas. Está demostrado, hoy en día podemos trabajar muy pocas horas al día y tener una economía expansiva que genere desarrollo sostenible y calidad de vida. Pero no, aquí luchamos apenas pa continuar viviendo, no vaya a faltar uno a trabajar por morirse o enfermarse.

Aunque claro, en Colombia, como todo, «se le tiene». Se le tiene la opción que el genial capitalismo financiero terminó de endosarle a la humanidad hasta los confines profundos de sus entrañas, aunque, ruin consejero, haya quebrado al mundo entero ya varias veces: el crédito. Pero claro, ya sabemos lo que pasa después cuando no puedes pagar la deuda o los intereses y las condiciones resultan ser abusivas o criminales: o te mata el pagadiario, o te castigan las instituciones financieras internacionales, o te embargan tu casa sin importarles un carajo. Pregunten en España, que está muy en Europa y se come más balanceado ¿O será mejor preguntarle a la nación vecina que era también una «gamincita» hasta hace años, al sur de Pasto, cuando decidieron reapoderarse de su destino?

Después de décadas perdidas en las que la soberanía no la ha ejercido la ciudadanía, es decir, la gente, sino los bancos, los organismos supranacionales no democráticos, las voluntades acumulativas y caníbales de la corrupción y la guerra, es nuestro destino dejar de matarnos para construir el país que queremos ¿Qué país? El de todos, atrevámonos a discutirlo. El ruido de la metralla, el resplandor del cuchillo y el hedor de la sangre no nos lo ha permitido.

«The Revolutionary» in Bogotá’s Street Art

The “telecratic” model that governs us, which seeks to govern through the media makes people believe they are politically active when they are actually only reactionary consumption objects, which is typical of a hegemonic global model very well explored by U.S. corporate governance and here, in the country of Columbus, we have good copied, for indeed there has been a manipulation of the truth and censorship to divergent political options.1

   Thus a Colombian author describes a monopoly on information and communication by an elitist political, economic and cultural discourse. For him, the existence of this monopoly makes impossible to develop a public policy on citizen communication, in which it is possible to access the management and financing of massive information spaces from the popular movements. This monopoly model, made by USA and now retaken by several countries, was already developed in Nazi Germany by propaganda minister Joseph Goebbels (1933-1943) controlling literature, film, art, television and radio. Popular expressions and the unhappy spirit of youth eventually built alternatives to the informative hegemony. Graffiti emerges.

Graffiti is born as a graphic expression of a broad cultural movement, in which the assertion of the individual merges with the group under the populous and degraded neighborhoods in big Western cities”2.

   Nevertheless, it should be noted that although the generation of contemporary urban artists is chronologically far from the ideals and motivations of early graffiti artists, it began to paint when the hip-hop culture replaced the political and philosophical ideals of that first generation. And when it is said “replaced” it should be understood that what appeared displays the ambiguity of postmodern philosophical and artistic products. The process of empowering the artistic collectivities and ultimately the common people (as spectators) passes through the immediacy of interaction with art. The city as an unfinished construction consolidates itself as an aesthetic problem to the extent that favors the emergence of various forms of expression. In its public space sensitive citizen experiences occur: historical, social, artistic, etc., whereas it becomes a place of encounters and confrontations. Graffiti appears on it merging and dialoguing with the city, revitalizing the place, as this creative process will acquire different connotations to the extent that fuses with the inhabitants of the city, developing its own aesthetic language that will allow the interaction between the citizen and the graffiti.

How is the Bogotan street art?

 

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Bogotá is a city of nearly eight million inhabitants, where the richest and most varied imaginable artistic expressions bring together. In the Colombian capital, the existence of intellectual and artistic circles since colonial times, have made, along with national and international cultural diversity, artistic movements and proposals not only welcomed but also presenting a great development. In addition, Bogotá is characterized by adapting and reinventing in its idiosyncrasy different aspects of global culture3.

   Therefore, in this paper we will focus on the art collective TOXICÓMANO CALLEJERO, a group of urban art that responds to the eclectic dynamics (in the aesthetic and political) of the XXI century Bogotá and on the artist GUACHE, also Bogotan. These dynamics suggest that the new (yet somehow also the old) Bogotan, the new Colombian, is total: is indigenous, is black, is white, is poor, is rich, is intellectual, is peasant. But most importantly is that he/she is critical, has a voice, looks at him and herself from the outside through grotesque and funny caricatures of the misfortune and hope of a country. There is a new identity in motion passing through overcoming the past mercilessly whipping it and rescuing the indelible to endow it with value and thus move on the way to a more egalitarian society.

   Toxicómano Callejero (one of the members is a publicist and the other a sociologist) begins 10 years ago with the usual phrases/slogans on the walls. Later they gave twirls to some brand slogans, «Drink Coca-Cola» to «Smoke Marijuana» “MasterCard” to “MasturBate”, etc. Over time the activity became more sophisticated and evolved into what it is now. Since the early years were devoted to the «counter-advertising», in their words, “an urban artist does not have the same infrastructure that has a brand to use large spaces, but if your work is put into a corner, it has the same credibility”.

   For them, the humor and the drama is the best way to get a message fixed, so their work, imbued with this counter-advertising desire, is full of satire, sarcasm, jokes and hard, shocking and grotesque images that challenge the moral and common imagery of a complex city: “A wall that makes you laugh makes you put more attention than something that do not evoke any feeling”4. They claim not to identify with any «ism», for them their activity is creating new things and not repeating past mistakes, hence part of their activity happens for questioning certain commonplaces of independent art associated with the left wing.

 

Screen Shot 2016-07-16 at 09.37.02F0“The ugly, we are more!”

 

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 In one of the few interviews given by the group, one of its members explains how has been the building of an ethics and aesthetics in the works of Toxicómano Callejero. Bogotá is a city with evident cultural expressions and is now overwhelmed by graffiti. The fact of addressing it in the city from different perspectives helps the building of culture.

 

Screen Shot 2016-07-16 at 09.44.04.pngF2“Try not to become a Priest”

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   They paint during the day to have more natural light, but also to talk more with people, interact with the passing, the looking, and the questioning ones. The abandoned and destroyed walls are usually chosen for, besides not having problems with owners and neighbors, give new life to an old space that nobody looks: “when a wall is old and damaged, is invisible, as it is painted, becomes a place that is reborn”, says the interviewee. “They sell the space as public (shopping centers, public transport, etc.), but finally everything has its owner”. Ultimately what remains is not the message or the art. What remain is the street, the only wild space left for the city and which, unfortunately, citizens do not feel as own, but causes fear, mistrust.

 

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   Guache6 is a street artist with a public identity that has always been around the collective Toxicómano Callejero (in which he probably is) and who grew up in a poor neighborhood of Bogotá. According to him, in his neighborhood he was about to work as a thief in apartments but never did it due to his interest in punk music, DIY (do it yourself) ideology and the so-called counter-culture. The rebelliousness of adolescence and early adulthood included vandalism (breaking glasses and public waste baskets, punch cars, etc.) influenced by the anxiety produced by the inability to study or work. Canalizing energy in art paid off when his satirical drawings began to analyze their messages and meant the emergence of an intellectual dynamic from a public (bystanders) who began to realize the position and power which as citizens they have, and that through reflection and critic it can be exercised.7  

 

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   Answering an interviewer8, Guache responds that he is concerned with the fact of the street could be no longer the expression of the people and then be the means of expression for corporations and explains that that is why he is carrying out what he called Social Muralism, in which he tries to take elements from popular, Afro-Caribbean, indigenous and ancestral cultures of Colombia and Latin America to provide value to their political, economic and cultural features, aesthetics, and worldviews. In this project one necessarily has to be dynamic, to be in constant contact, promotes the generation of new images, new proposals. It is also important to look at the international scene, but also or even more, after endowing it with the proper value, look at what is going on inside, and above all, it is essential to be autonomous and not expect the support or sponsorship of the State or any organization.

 

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Similarities and differencies with Mexican muralism

At this point, we must ask with specificity (as it is roughly evident) what features of Bogotan street art are similar to the Mexican muralists and which differ.

 

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   In the matter of the artistic features, it must be said that in the specific case of Guache’s art, figurative nature and color use, and ancestral thematic keep important similarity to the murals of Diego Rivera. Nonetheless, the technique used is radically different because the paint used in Bogotan street art is mainly spray paint. In addition, in the rest of street performers mixing stencil art and caricatural graffiti drawings predominates, although other less typical urban art techniques are also found.

 

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   But perhaps most important is what surrounds the phenomenon as such, the fact of muralism as a strategy rather than as a technique. In the 20s of the last century a military conflict ended in Mexico and this circumstance led to the consolidation of the revolution and therefore the increase in funding of education and culture. This point denotes both a similarity and a radical difference. While the spirit of change that fueled the Mexican Revolution and led to the concern of spreading culture, art and education for the people have the same anti-imperialist, emancipatory and identitarian spirit that moves political-cultural collectives of contemporary Bogotá, it is also clear that unlike Mexico, where the government promoted the muralism, is against a neoliberal government that pictorial phenomenon arises in the Colombian capital.

   On the other hand, entering depth, is remarkable the powerful similarity between how Toxicómano address the issue of the public gaze and how Leonard Folgarait12 describes public’s reaction to the murals at the National Palace of Mexico. The author speaks about the moment of the second vision, the moment of remoteness when observation becomes a disinterested behavior, and describes it as a step out of “the flow of events in order to see, to assess, to control”. In this process of which Folgarait says, “something important has happened to the viewer” and which implies an “approach, arrival, participation, distancing and assessment”, there is a dramatic change in how it looks at the beginning and how it looks in the end.

 

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   Toxicómano describe the interaction referring to the fact of having direct access to the manifestations of art, and make emphasis on how the public attends the mural in different stages: it accompanies the process at every stage, looks at the result, passes far from it, gets close, asks, walks away, contemplates, and in addition, contributes to the construction of the artistic whole.

   Moreover, this reception has similarities not only with regard to the position of the observer and the moving process, in which he or she is more or less involved in the meanings, but the interpretations of those meanings that emerge from both types of art depend of “the instantaneity of vision as experienced by the viewer, the all-at-once, non-temporal quality of seeing the mural” as Folgarait said. The relationship the observers of those murals had (and have) and that one that Bogotans have with Toxicómano’s graffiti are similar as far as the entire work (its layout, size, and distribution) depends on the experience of those. The author also highlighted the process through which “the viewer is forced into the role of the narrator […] (and) images are positioned within and surrounded by a determinedly verbal an discursive process” and such a role is the one played by citizens, who construct the meaning out of the distinct images which illustrate a learned and shared history.

 

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   Nevertheless, most of Bogotan street art contains texts and uses it in combination with images as a central part of the content, in contradiction to Mexican Muralism which in a certain way detracts from the written: “Writing stops the action in space, and denies space itself, because the eye, with the switch to the writing dominant mode, needs to move in writing’s own space, or non space”13. As we can see in F6, the image of the media blindfolding a citizen and his reaction is as important as the phrases “Satan is real” and “now I can see it”; neither makes sense by itself. But, in this last regard the Rivera’s work have something in common with Bogotan Street art: “the mural, in prioritizing the discursive over the figurative, is making a real choice of how to tell a story, how to organize knowledge, and how to condition its viewing and public consumption”14. Thus, in both cases the discursive is over the figurative, the realist, what is left to say is quite more powerful than what is left to see. The difference lies in how the discursive as textual is not as important in Mexican Muralism as it is in Bogotan Street art.

 

Screen Shot 2016-07-16 at 09.56.12.png15

   Finally, a great and beautiful similarity seems blindingly obvious. The discourse created with regard to the United States Americanist proposal by Diego Rivera, passes by the creation of a roots revival in all the imaginary and the pictorial deployment of Mexican Muralism. As Indych-López points out16 “Pan-Americanism, a movement toward the social, economic, military, and political cooperation among the nations of the Americas, was advanced primarily by government officials, but intellectuals, artists, and collectors on both sides embraced it”. And thus, Rivera “glorified an indigenous past in Mexico, which, according to the logic of Pan Americanism, came to be viewed as a common heritage for the entire continent” and as a rupture with the European Civilization hegemony and the Western historical narrative.

 

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   But Guache and Toxicómano went beyond and the rupturism includes the severing with the U.S. imperialist imposed way of life, and the evolutive construction of an own identity based on the mestizo nature of Latin American peoples.

Conclusions

At this point there are some questions that should be issued: Is there finally a new identity under construction? How then is this new Bogotan and Colombian identity built? How is it related to the Street art?

   We could say in summary that this complex process in which the identity mixes itself with the artistic creation is an actual phenomenon that embodies the anxiety of a unstructured society which have the sufficient means and knowledge but also an alarming lack of unifying “selfness”. A protracted armed conflict within an ethnic diverse and unequal background has made the Bogotan Street expressions an opportunity for the creation of a new conscious and combative citizen.

 

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References and footnotes

 

1 JIMÉNEZ CÁRDENAS, I., Democracia mediatizada: propia de un país “telecrático” y antidemocrático, Palabras al Margen, No 34, Bogotá D.C, 2014.

2 DIEGO DE, J., Graffiti. La palabra y la imagen, Barcelona, Los libros de la Frontera, 2000, p. 24.

3 One salient of these many examples is the red brick architecture of Rogelio Salmona.

4 Found in youtube. De Rumba Hasta la TumbaToxicómano Callejero. https://www.youtube.com/watch?v=Aq2TkwqGudA.

5 Talking about one occasion when a company stepped on their drawings, the interviewee says, “Companies have enough money for a hoarding. Why the fuck do they mess with graffiti?”

6 Guache in Colombia means a mean person, a scoundrel.

7 Extracted from youtube: URBANOS Bogotá, Episode #8, 2013. https://www.youtube.com/watch?v=qaabvcx5e9o

8 Ibídem.

9 Here we can see a piece of the so called Muralismo Social in which we can distinguish a Jaguar (the American big feline), a baby, a black character, a miner, and the phrase “Weaving Hope”. By Toxicómano.

10 Diego Rivera’s “Caña de Azúcar” in the left and a piece by Guache in the right.

11 BTOY in the left and a Guache’s piece in a tour in Mexico.

12 FOLGARAIT, Leonard. Revolution as Ritual: Diego Rivera’s National Palace Mural. Oxford Art Journal, 1991, p. 18.

13 Ibídem. p. 26.

14 Ibídem.

15 Found in www.guache.co with the text “When our ancestors discovered the spaniards America did not exist. Neither existed October, or the 12th, or 1492. Now we keep discovering the strategies they use for imposing their proyect of death, and we, comunities and peoples rise ourselves with voice and action from our territories in order to tell the conquerors that we do not want the Free Trade Agreements, that we do not accept the extractivism of our Mother Earth, and that we will not keep receiving their mirrors. That our struggle will keep walking in the defense and construction of life, territory and the peace dreamed from the bottom and among peoples”.

16 INDYCH-LÓPEZ, Anna. Mural Gambits: Mexican Muralism in the United States and the» Portable» Fresco. Art Bulletin, 2007, p. 292.

El miedo va a cambiar de bando

El Miedo va a cambiar de bando*

Cuando la gente común ya no tiene más que perder, pierde el miedo. El desencanto general de los colombianos por sus instituciones delata la crisis orgánica del Estado y abre posibilidades reales de cambio en el siglo XXI

MATEO VILLAMIL V.

MEDELLÍN.- «El miedo es sólo una herramienta más en manos de aquellos que se han eregido en dueños del poder» reza una canción contemporánea española. Y no le falta razón, del origen biológico del miedo como mecanismo de supervivencia se desprende su utilización política, esto es, para la organización de la vida en comunidad. El miedo a morir, el miedo a estar sola, el miedo a no encontrar trabajo, el miedo a ser robado, herida, violentado.

…hay una realidad palpable: mientras mis 3 compañeros de trabajo y yo nos ganamos -por ejemplo- 600 dólares (euros, pesos, libras) al mes, el dueño de la empresa, que sólo pone el capital, se lleva 20.000 en ese mismo periodo de tiempo.

¿Pero por qué digo que el miedo va a cambiar de bando?

Bueno, en Colombia vivimos con un miedo endémico. O hemos vivido. Parece que la reciente crisis del capitalismo financiero hizo, como en todas sus crisis, que se replanteara la viabilidad del sistema pero, también como en todas,  a ésta se la llamó «reforma» desde la comodidad de los gobiernos (que lejos de ejercer el poder obedecen a otros poderes, a los verdaderos, los que nadie elige pero tienen toda la plata y por algún mágico giro que al pueblo se le escapa, la legalidad) y a las penurias de los pueblos «ajustes»; pero no contaba el gran capital con lo que, refiriéndose a sus orígenes, el marco teórico del marxismo describía como las herramientas de autodestrucción del capitalismo, creadas junto a la mano de obra asalariada y que ahora se reflejan en lo que alguna vez persiguió fines menos nobles: la inmediatez y el acceso al conocimiento universal, la red informática mundial, o en resumen, el internet…

   No hace falta tener ideología, o mejor, tener consciencia de ella, para ver los profundos vicios de un sistema que se basa en que unos -muy pocos- tengan la plata y otros -la inmensa mayoría- sólo su propia capacidad de trabajar. Independientemente de lo que diga el marco teórico del Marxismo (que por otro lado ha sido siempre muy útil en el análisis económico del sistema en el que vivimos), hay una realidad palpable: mientras mis 3 compañeros de trabajo y yo nos ganamos -por ejemplo- 600 dólares (euros, pesos, libras) al mes, el dueño de la empresa, que sólo pone el capital, se lleva 20.000 en ese mismo periodo de tiempo… ¿Eso quiere decir que poner la plata para un negocio pude generar 30 veces la cantidad de dinero que genera trabajar todo el mes? Bueno, con el capitalismo, sí. Entonces ¿Por qué quien genera los beneficios (mis 3 compañeros y yo que somos los que -por ejemplo- construimos el edificio) no participa de ellos y tiene que conformarse con los 600 dólares? Otra vez, porque así funciona el sistema.

   A cualquiera, sobre la mesa, esto debería parecerle impresentable, o al menos inconveniente, pero es que, dicen los que no lo ven un mal mayor, es gracias a ese salario que puedes acceder al consumo, la educación de calidad y con mucho ahorro llegar a tener el capital suficiente para ganar al mes 30 veces lo que tus hipotéticos empleados ganarán y sin tener que mover un dedo. En cualquier caso estas preocupaciones no son nuevas, son anteriores al capitalismo y podríamos decir que son características de los sistemas en los que la propiedad privada juega un papel importante. Ya sufrían los aparceros y jornaleros europeos en la Edad Media -como lo siguen haciendo muchos colombianos del siglo XXI- la penuria de trabajar arduamente una tierra que generaba muchísimos beneficios para quedarse con insignificantes cantidades que se desmoronaban de las ganancias del dueño del terreno. Y si son preocupaciones de tan lejana data ¿Qué ha pasado hasta ahora?

   Muchas cosas surgieron del descontento y en general los libros de historia ya nos han enseñado a todos los que hemos tenido una educación reglada más o menos lo que ocurrió: hubo revoluciones aquí y allá y se desarrolló la burguesía, estamento innovador que separaría al desvalido del poderoso evitando así el enfrentamiento clasista y que vendría a crear todo el aparato que la tiene a usted, señora lectora, siguiendo estas líneas. Vino lo que a la postre se consolidaría como democracia, el «gobierno del pueblo», y se reivindicó que las cosas debían cambiar. Se habló de soberanía, se hablo de representación, se hablo de imperio de la ley, se construyeron los Estados modernos, se legitimó el uso de la fuerza para evitar la subversión del orden y más adelante en el siglo XX, tras el fracaso de la izquierda política como ideología global hegemónica, surge la socialdemocracia, donde se reformula la relación de la democracia con el capitalismo…Y todo cambió ¿No?

Tampoco nos aterroriza quedarnos sin el líquido vital o sin cosechas, pues deforestamos, contaminamos y secamos las fuentes hídricas e importamos US$6.000 millones1 (seis mil millones de dólares, sí) al año en alimentos básicos como el maíz.

Yo pensaría que no. Muchos pensamos que no ¿Qué piensa usted?

Como decía, el miedo siempre ha sido elemental para evitar la subversión: «Más vale pájaro en mano que cien volando», «Cuando Dios cierra una puerta abre una ventana» o «Es mejor malo conocido que bueno por conocer». En nuestro país sufrimos de un terror insuperable a algo que algunos encontramos ridículo. Me explico, no tenemos miedo a no tener salud pública, porque no la tenemos, no nos asusta no tener educación porque el Estado no tiene una oferta de calidad. Tampoco nos aterroriza quedarnos sin el líquido vital o sin cosechas, pues deforestamos, contaminamos y secamos las fuentes hídricas e importamos US$6.000 millones1 (seis mil millones de dólares, sí) al año en alimentos básicos como el maíz. Lo que en general nos da miedo a los colombianos además de morir o ser atracados en un país violento de América Latina que para acabar de ajustar está en guerra, es el cambio.

   En Colombia nos aterra que las cosas sean distintas. Desde la independencia de la Corona Española hemos luchado unos contra otros por establecer cómo deben cambiar las cosas para que en este pedazo riquísimo de tierra se viva mejor. En decenas de guerras civiles, repito, decenas de guerras civiles, del siglo XIX y con la violencia continuada de todo el siglo XX, básicamente se han propuesto dos tipos de país: uno de sabor republicano, es decir, que preconiza el imperio de la ley, la igualdad para los miembros que constituyen la ciudadanía y con un claro acento público, plural y laico. El otro de carácter conservador, religoso y ligado a las oligarquías criollas (colombianos cuyo origen se halla en la élite española de la colonia). Es mucho lo que se ha escrito sobre la naturaleza de los distintos enfrentamientos a lo largo de nuestra historia, pero sería absurdo negar que son básicamente la resistencia de los terratenientes conservadores-y en el presente de las élites económicas-  por reformas liberales -hoy progresistas- y la reticencia de la Iglesia Católica para renunciar a su omnipresencia en la sociedad nacional,  los factores que no han permitido un cambio sustancial en la sociedad colombiana.

Sin embargo, en los últimos 5 años el ánimo de ciudadanías más sólidas como podrían ser las de Madrid, España o Nueva York en los Estados Unidos, entre otras, han lanzado interrogantes, metodologías y sensaciones a todas partes del mundo…

   Sin embargo, en los últimos 5 años el ánimo de ciudadanías más sólidas como podrían ser las de Madrid, España o Nueva York en los Estados Unidos, entre otras, han lanzado interrogantes, metodologías y sensaciones a todas partes del mundo donde la gente, contagiada en parte por fenómenos como el movimiento 15-M, Occupy Wall Street o sus homólogos internacionales, se empieza a reunir, independientemente de su ideología o su lectura política de país, para reclamar a los políticos, los organismos supranacionales y a los bancos su apropiación de las instituciones.

   Los ciudadanos globales de 2016 han visto, principalmente por internet, como la geopolítica ha ido desnudando a los responsables centrales de la disfunción en la sociedad mundial; la guerra o el hambre, la deuda pública o el desempleo han ido pasando de ser conceptos que sólo entienden los «políticos profesionales» (aquellos que ya no cumplen un papel representativo del poder de las personas comunes y corrientes sino que se apoltronan en una silla por años, cuando no décadas, ejerciendo simplemente como manipuladores no supervisados del destino de las naciones), a ser puntos comunes en las preocupaciones de ciudadanos cualesquiera de distintos orígenes socioeconómicos y culturales, que creen que son ellos mismos los que deben decidir los derroteros de sus comunidades y no un banco, una multinacional o las entidades financieras internacionales que han demostrado cómo sus medidas no funcionan para mejorar la vida de las mayorías.

…ciudadanos cualesquiera de distintos orígenes socioeconómicos y culturales, que creen que son ellos mismos los que deben decidir los derroteros de sus comunidades y no un banco, una multinacional o las entidades financieras internacionales que han demostrado cómo sus medidas no funcionan para mejorar la vida de las mayorías.

   La movilización en Colombia ha pasado de ser cosa de «guerrilleros», «comunistas», «hippies» o estudiantes (epíteto, este último, que irónicamente en la sociedad colombiana viene envuelto de cierto prejuicio que los sitúa caricaturescamente entre un idealismo patético y el activismo filoterrorista), para convertirse en el cauce para todas las reivindicaciones de los habitantes del país. Las cámaras para denunciar, Facebook o Twitter para convocar y los hashtags para masificar y popularizar, han hecho que las preocupaciones de la gente normal se reproduzcan en dispositivos a lo largo y ancho del país, sin importar si se trata de un adolescente que vende fruta en Buenaventura o de un profesor de universidad de Medellín.

   Mataron a Rafael Uribe Uribe, mataron  a Jaime Pardo Leal, mataron a Carlos Pizarro, mataron a Jaime Garzón… Mataron a Nicolás Neira. La muerte, el señalamiento o el ostracismo se hicieron históricamente consustanciales a las movilizaciones en nuestro país, pero la inmediatez y la universalidad de sus nuevos métodos han hecho que, frente a la precariedad de los sueldos, la inseguridad de un país con un debilísimo sistema de salud, frente a un sistema educativo privatizado y a una ineficacia estructural en lo político, lo económico y lo social, el miedo se empiece a desvanecer.

   En un país donde la violencia hace parte central del día a día, el hecho de que los ciudadanos, y principalmente los más jóvenes y preparados pierdan el miedo, implica que algo de verdad está ocurriendo. Bien rezaba uno de los lemas de Juventud Sin Futuro cuando yo cursaba la carrera de Sociología en la Facultad de C.C Políticas y Sociología de la UCM en Madrid: cuando te encuentras «Sin casa, sin curro (trabajo), sin pensión», inevitablemente terminas «sin miedo». Y es que los poderes empiezan a asustarse cuando ven que sus clases subalternas (las mayorías) pierden el miedo.

   Como diría uno de los mayores intelectuales políticos del siglo XX: para construir la paz de un nuevo país con igualdad y justicia para todas y todos, «instrúyanse, necesitaremos toda su inteligencia. Agítense, necesitaremos todo su entusiasmo. Organícense, necesitaremos toda su fuerza».

*»El miedo va a cambiar de bando» es el nombre original de una canción de la agrupación española Los Chikos del Maíz.

El miedo va a cambiar de bando

1 REDACCIÓN (9 de agosto de 2015). Conozca cuáles son los alimentos importados que más consumen los colombianos. El País. Recuperado de http://www.elpais.com.co